Ante la amenaza sin precedentes que suponen el aumento
constante de la población, la destrucción ambiental y la creciente escasez de
recursos, hay que someter a revisión la educación en todos sus niveles, con el
fin de dotar de mayor importancia a su papel como difusora de valores,
actitudes, comportamientos, costumbres y estilos de vida que fomenten la
sostenibilidad.
Los primeros años de vida ofrecen
una oportunidad para inculcar a los niños el amor a la naturaleza y unos
hábitos, conductas y estilos de vida que favorezcan la sostenibilidad. Ciertas
aptitudes básicas para la vida, como la comunicación, la cooperación, la
autonomía, la creatividad, la capacidad de resolución de problemas o la
constancia, se adquieren en estos primeros años, y es en ellos cuando se
desarrolla la motivación para el aprendizaje.
Hoy en día, aproximadamente 77
millones de niños siguen sin estar matriculados en el colegio. Tal vez, si
estos niños fueran a la escuela, muchos de los problemas del subdesarrollo,
como el crecimiento económico, el sida o el círculo vicioso de la pobreza,
disminuirían notablemente.
La educación primaria debería ser
universal, pública y accesible para todos los niños. Si un niño no dispone de
unos conocimientos básicos para actuar como un miembro más de la sociedad, no sólo
sale perdiendo él, sino la sociedad en su conjunto. Ha sido demostrado que la
escolarización en las niñas tiene beneficios sociales muy sorprendentes, como
puede ser la reducción de la tasa de mortalidad materna e infantil, además del
incremento de la capacidad para tomar
decisiones por ellas mismas, algo muy importante en los países subdesarrollados,
donde son explotadas y obligadas a tener sexo sin protección, extendiendo las
enfermedades de transmisión sexual y contribuyendo al descontrolado crecimiento
demográfico.
Considerando que los beneficios
son mucho mayores que las pérdidas, el Estado de estos países debería hacerse
responsable del costo. No obstante, las sociedades no democráticas se niegan a
dar una educación en condiciones. Los motivos pueden ir desde el hecho de que los
gobiernos no puedan cubrir los pagos de la educación, ya sea porque haya una
economía sumergida en la que no se paguen impuesto o porque los ingresos que se
recojan sean ineficientes; pasando por la corrupción o, simplemente, por miedo
a que una población educada esté preparada para desafiarles.
La educación en países
subdesarrollados no sólo trae malas noticias, se han conseguido muchísimos
logros en los últimos años. Por ejemplo, en Asia Oriental, según los datos del
Banco Mundial, se consiguió que la matriculación de los niños en primaria
pasara de un 86% al 99% en, aproximadamente, 15 años. Asia Meridional, sin
embargo, está muy por detrás, ya que sólo cuenta con un 77% de matriculación en
primaria, aunque también presenta una mejora considerable en comparación con
años anteriores. África es un caso especial porque no se tienen datos exactos,
pero se calcula que la matriculación de niños en el colegio ronda el 50%.
Además, es importante destacar la
diferencia desproporcionada que hay entre géneros, ya que las niñas acuden al
colegio en una clara minoría. Por no hablar de los niños discapacitados, de los
que sólo acuden el 5%.
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